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Columnas de opinión

Pese a bajo nivel de ahorro, Ejecutivo estudia la forma de castigarlo un poco más

7. 12. 2006

7 de diciembre de 2006

El ministro de Economía y Finanzas, Luis Carranza, señaló que el gobierno aplicará un impuesto a los ahorros en el sistema financiero en el marco de las facultades para legislar en materia tributaria, pero estableciendo un tope, que podría ser de S/.7,000, a fin de no afectar a los pequeños ahorristas. Aclaró que este impuesto no busca aumentar la recaudación tributaria, sino que paguen los que más tienen. (Semanam@il y diarios)

En un país como el Perú, con tan bajo nivel de bancarización, es un error gravar el ahorro. No sólo porque se desincentiva la buena costumbre de ahorrar, sino porque además, el partido gobernante tiene rabo de paja en el tema, pues intentó estatizar la banca y confiscó los ahorros en su primera gestión, a fines de los 80. Si bien teóricamente el tema es discutible, el hecho que a partir del 2008 se graven las ganancias de capital no implica que deba haber una extensión impensada y automática del impuesto hacia el ahorro. El ahorro interno ha crecido pero aún es muy bajo (24% del PBI) y según un estudio del CIES debería situarse entre 28% y 33% del PBI para sostener el desarrollo. En el peor de los casos, la eliminación de la exoneración tendría sentido si se eliminaran todas las exoneraciones. Pero así como van las cosas, eso no sucederá. Y no tiene sentido racionalizar el gasto tributario gravando el ahorro, si van a mantener las absurdas exoneraciones a la Selva, a los combustibles y a los productos agrícolas, principales causas del alto nivel de evasión.

El impuesto afectaría la oferta de depósitos porque disminuiría la tasa de retorno, aumentando el atractivo de otras alternativas como la inversión directa. Además, la teoría señala que se encarecería el consumo futuro para los que sigan ahorrando pese al impuesto. Al final, como sugiere un estudio de la Universidad de Keio (Japón), para mantener el consumo futuro, el trabajador tendría que aumentar su ahorro a costa del consumo actual, pero habría un efecto sustitución que lo induciría a reducir el ahorro buscando otra forma de financiar el consumo futuro. Asimismo, el efecto sobre el ahorro tendría un impacto sobre todo lo que éste financia: inversión física, inversión en capital humano (capacitación, estudios, entrenamiento, etc.).

Hoy ya existe suficiente desincentivo para el ahorro: tasas a la baja por la eficiencia ganada en el sector y por un mayor rendimiento del capital en otros mecanismos de inversión; y un antitécnico ITF que invade la intimidad de la administración de los recursos de las familias. Con el impuesto a los ahorros, sería peor. El ahorro debería estar inafecto. La existencia de ahorro no implica necesariamente la existencia de un gran patrimonio. Y el Ejecutivo insiste en su retórica de que el objetivo es perseguir que paguen más los que más tienen, cuando en realidad debe ocuparse de que todos paguemos algo. Y para eso debe tapar los huecos del sistema tributario por el lado correcto: eliminando las exoneraciones que no resisten ni el más flojo análisis técnico. El Ejecutivo tiene que focalizar su esfuerzo en lo que realmente vale la pena.

Evolución de los Depósitos (En Porcentaje del PBI), 1990-2004

Fuentes: FMI (IFS, noviembre de 2005) y Banco Central de Chile / Elaboración: Instituto Peruano de Economía

Nuestro nivel de bancarización es bajo. Los depósitos recién se recuperaron a partir de 2000. Y si bien están creciendo, aún no alcanzan los niveles adecuados para sostener el desarrollo y estamos muy pero muy lejos del nivel alcanzado en los países industrializados. El impuesto al ahorro sería perjudicial si queremos alcanzar un nivel mínimo de sostenibilidad.