Cómo lograr que tus hijos ganen el doble que tú
Columna de Miguel Palomino, presidente del IPE, publicada en La República
La principal preocupación de la inmensa mayoría de peruanos es ¿dónde voy a trabajar? Para los jóvenes buscando sus primeros empleos, es más acuciante esta pregunta, pero incluso para quienes tienen un empleo estable está siempre la incertidumbre acerca del futuro. En el caso peruano, a pesar del inmenso progreso alcanzado en las últimas dos décadas, el empleo para muchos es precario y/o pobremente recompensado.
Contrario a lo que con frecuencia se escucha, esto no es producto de los abusos de “los ricos” en contra de la mayoría “del pueblo”. Hay incluso quienes dicen creer que a “los ricos” de alguna manera “les conviene” que la mayoría de los ciudadanos sean pobres; es decir, que no cuenten con empleos bien remunerados. No encuentro ninguna base real para sostener algo tan manifiestamente absurdo como para ser otra fantasiosa teoría de la conspiración.
¿Por qué entonces el empleo de muchos tiende a ser precario y de baja remuneración? Esto se debe a la combinación de que no existe suficiente inversión como para que todos tengan empleos bien remunerados y a que parte de la población no cuenta con la preparación para ocupar estos empleos. Estas dos falencias se traducen en bajas remuneraciones para muchos porque la productividad de su empleo es baja. A diferencia de los congresistas, que ganan lo que ellos deciden, el peruano promedio tiene que ser más productivo para ganar más. La mayor parte de los peruanos en empleos precarios se están recurseando ante la ausencia de mejores oportunidades. Este es el motivo de nuestra alta informalidad.
¿Cómo podemos resolver este problema de baja inversión y poca capacitación? De la misma manera en que lo hemos hecho ya en el pasado; se debe buscar generar más inversión a la vez que se va mejorando la capacitación de la población. No hay forma de cambiar significativamente el nivel de capacitación de una población en el corto plazo. Tomará un largo periodo, que se debe hacer lo más corto posible con buenas medidas de política, pero resolverlo es un problema de largo plazo. Lo que sí se puede hacer casi de inmediato, si se cuenta con la voluntad del país para lograrlo, es aumentar la inversión.
El producto por habitante promedio de los peruanos aumentó en 3,6% al año entre 1996 y el año 2016; es decir, se más que duplicó en esos 20 años. La inmensa mayoría de esa mejora en ingresos se dio por más y mejores empleos (un porcentaje mucho menor se logró gracias a transferencias del Estado a través de políticas sociales). En este periodo, la inversión privada creció a un promedio anual de 5,6%; es decir, ¡en esos 20 años se triplicó la inversión! Este, y no otro, es el motivo por el cual se logró un largo periodo de prosperidad en el Perú, una prosperidad que nos llevó a que la clase media fuera la clase más grande en el Perú por primera vez en la historia.
En otras palabras, este partido lo hemos jugado ya antes, y lo ganamos por goleada. Por supuesto, nada es perfecto, podemos aprender de nuestra historia para hacerlo mejor aún esta vez. Pero no olvidemos ni neguemos lo que pasó.
Desde el 2017, debido en parte a la naturaleza (el niño del 2017 y la pandemia), pero principalmente por la incertidumbre y/o las malas políticas de los gobiernos de turno, el producto por habitante de los peruanos prácticamente no ha variado en los últimos 7 años. El resultado de esto es un descontento generalizado que es tanto causa como consecuencia del actual caos político del país. Parecería de locura, pero hay quienes siguen intentando hacer lo que a todas luces fracasó rotundamente en las décadas de los setenta y ochenta, en lugar de lo que obviamente funcionó en las últimas décadas. Incluso hay un candidato a la presidencia que pretende revivir ese fracaso, confiado en que la gente haya olvidado que el producto por habitante del peruano promedio cayó en más de un quinto entre 1970 y 1990. ¿Qué preferimos, crecer al 100% o caer en 20% en los próximos 20 años?
En un país donde la inmensa mayoría vive de su trabajo, es clarísimo que para que haya más ingresos es indispensable que haya más y mejores empleos. ¿De dónde van a salir estos nuevos y mejores empleos? Solamente de la inversión. Será posible avanzar un poco más rápido en función de cuánto se capacite a la población (y habrá más inversión si se cuenta con empleados capacitados), pero siempre dependerá en última instancia de la inversión.
¿Esta inversión podría ser pública? En principio, sí pudiera ser; pero en la práctica no sería posible, como lo demostraron las décadas de los setenta y ochenta. Primero, por la ineficiencia del sector público, que ya tiene suficiente en qué ocuparse con las responsabilidades propias del sector. Segundo, porque la mano del amo engorda al caballo; no hay incentivo más poderoso que el que tiene un individuo buscando mejorar su situación. Además, debemos recordar que la inversión es cuatro quintas partes inversión privada y solo un quinto inversión pública. Sería necesario aumentar la inversión pública por un múltiplo si quisiéramos que esta reemplazara a la inversión privada. Por último, son los impuestos que paga con su crecimiento el sector privado los que proveen de recursos fiscales al Estado con que invertir.
Como dijimos, la baja productividad en el Perú se combate con inversión y capacitación. Hay muchas cosas que se pueden hacer para facilitar estos procesos. En cuanto a capacitación, se debe empezar por educar bien a los niños (que pasa por que se exija meritocracia para los maestros), por tener políticas activas contra la anemia infantil (que tiene consecuencias terribles en el largo plazo), tener programas de entrenamiento para jóvenes y asegurar que tengan un correcto entender de las demandas en el mercado laboral, etc.
En cuanto a cómo impulsar la inversión, debemos recordar siempre que no se trata de dar gollerías a un grupo de ricachones. Se trata de crear condiciones estables y sensatas a quien quiera invertir en el Perú; comenzando desde las familias, que explican cerca de un tercio de la inversión privada con la inversión que hacen año a año en sus viviendas; y siguiendo con las pequeñas y medianas empresas que reaccionan esencialmente de la misma manera que lo haría una gran empresa. Para lograrlo, basta con que se establezcan reglas sensatas, se cumplan las leyes y que en la práctica no se ataque a la inversión, que es nuestra única salida. Siempre se puede, y se debe, mejorar lo actuado, pero esto ya lo logramos en el pasado; hacerlo incluso mejor es relativamente sencillo.
Si logramos crear condiciones para que el inversionista no esté preocupado de si le van a cambiar las reglas de juego o expropiarle su inversión, sino que su preocupación sea, más bien, cómo innovar o cómo ampliar su mercado, creando a su vez más y mejores puestos de trabajo, entonces habremos triunfado.
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