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Columnas de opiniónPrensa

El reto de los países del ASPA

6. 09. 2012

Septiembre del 2012
Roberto Abusada
 
Gran parte de las investigaciones económicas describen la relación inversa entre la abundancia de recursos naturales y el desarrollo económico. La idea de que países con duras condiciones ambientales o carencia de recursos naturales desarrollaron más rápido que aquellos con condiciones naturales favorables, ha estado presente en la discusión económica, política y filosófica desde hace mucho tiempo. El tema de la dotación natural estuvo siempre presente al analizar qué hay detrás de las diferencias en el crecimiento económico, pues su abundancia puede afectar de forma negativa a factores clave para el progreso y el crecimiento sostenido: los indicadores y la estabilidad macroeconómica, así como la calidad de la educación y la salud dependen, de una u otra forma, de ella.

Personalmente, pienso que comprender estos factores (señales inequívocas de crecimiento y progreso), en conjunto con la geografía y dotaciones, es de invalorable ayuda en el diseño de políticas públicas que evitan la llamada «maldición de los recursos naturales». Esta se explica a partir de la escasa interacción entre la explotación de dichos recursos particularmente en la minería y los hidrocarburos y el resto de la economía, lo que no genera beneficio a la población que habita en la zona de explotación y contribuye a la corrupción y el deterioro institucional.

Muchos países con abundancias recursos naturales adoptan políticas artificiales de industrialización por sustitución de importaciones para evitar el deterioro de los términos de intercambio. Por ejemplo, las teorías de la CEPAL en los años 50 llevaron a la mayoría de los países de América Latina a poner en práctica dichos esquemas a través de altas barreras de protección. El surgimiento de un clase industrial que extraía rentas a través de aranceles elevados o simplemente prohibiciones a la importación fue un tema frecuente en la América Latina de la segunda mitad del siglo XX.

La mayor parte de esos procesos de industrialización forzada tras una protección descomunal fracasaron en casi todos los países en que se implementaron, y de manera particularmente ruidosa en mercados domésticos relativamente pequeños como los de Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Colombia y Centroamérica. Es más, se puede afirmar que los niveles de resguardo, al actuar como desincentivo a las exportaciones, fueron directamente responsables de las típicas y recurrentes crisis en la balanza de pagos, devaluaciones traumáticas y caídas abruptas en el nivel de vida general de la población.

Por el contrario, las políticas públicas adoptadas en muchas naciones emergentes en los últimos 25 años -basadas en la liberalización de sus economías, la prudencia fiscal, el abandono de los tipos de cambios fijos y el tratamiento no discriminatorio a la inversión extranjera- nos muestran que es posible no solo evitar la mencionada maldición, sino aprovechar la abundancia de recursos naturales como una poderosa herramienta para la diversificación de las exportaciones y la distribución de sus beneficios en el ámbito educativo, de salud pública y de mejoramiento de la infraestructura productiva.

Que exista sinergia entre los enclaves de producción de recursos naturales y la población que habita cerca de ellos ha cedido paso -gracias a mejores políticas fiscales y eliminación de distorsiones de mercado- al surgimiento de encadenamientos productivos hacia atrás y hacia adelante, a cuya carencia Albert Hirschman culpaba de la falta de industrialización hacia finales de la década de los sesenta.

Las leyes de participación en los impuestos a las actividades extractivas han multiplicado la disponibilidad de ingresos de los Gobiernos locales y regionales. Si bien la utilización de estos nuevos recursos es deficiente e improductiva en muchos casos, sin duda constituyen el potencial de ser una base sólida de progreso, redistribución del ingreso e igualación de oportunidades para toda la población.

Finalmente, es notable el desarrollo de sectores industriales y de servicio que han tenido lugar en los países que optaron por la integración comercial, financiera y tecnológica con el resto del mundo, así como también la prudencia fiscal y monetaria que permitió la acumulación de reservas internacionales y el ahorro fiscal. Así, hoy muchas economías emergentes son capaces de resistir los efectos devastadores que las crisis internacionales ejercen incluso en los países más desarrollados.

 

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