La cicatriz más profunda y duradera que nos deja el virus
Marilú Martens
La pandemia ha dejado graves consecuencias y uno de los sectores más afectados ha sido el educativo. Según datos de UNICEF, los niños de América Latina y el Caribe son los que más tiempo han estado fuera de las aulas. Cerca del 60% perdieron el año lectivo y 13 millones de niños no han tenido acceso al aprendizaje a distancia. Un estudio reciente afirma que la probabilidad de los niños latinoamericanos de terminar la escuela ha caído de 61% a 46%, regresando a niveles de los años 60. De hecho, es muy posible que, dentro de unos años, la educación sea la cicatriz más profunda y duradera que nos haya dejado el virus.
¿Cómo se encuentra la educación en el país? Un breve recuento.
En el 2015, los países de la ONU acordaron cumplir una serie de metas en torno a la mejora de los niveles de educación global al 2030, ODS4. En enero del 2022, la Unesco publicó un informe que reveló que ningún país de Latinoamérica podría cumplir estos compromisos y que el Perú es uno de los tres países de Latinoamérica cuyos planes educativos no tienen metas, no cuentan con objetivos cuantitativos concretos y mucho menos con políticas públicas orientadas a cumplirlos. Además, somos uno de los seis países con menos presupuesto para la educación en la región, manteniendo las cifras del 2015: 3.9% del PBI.
En infraestructura y servicios, según la Unidad de Estadística Educativa del Minedu, de los 66,322 locales educativos que existen en las 26 regiones, 55,150 tienen su infraestructura en riesgo, y 21,669 están en riesgo de demolición, 83.2% del total. Por otro lado, el 55.8% de los locales educativos a nivel nacional no cuenta con acceso a internet y de estos el 70% está ubicado en las zonas rurales.
Respecto al uso de las tecnologías digitales, solo el 55% de docentes posee las competencias digitales adecuadas tanto para utilizarlas como herramienta, como para enseñarlas. Esta fue una importante restricción en la respuesta del sector. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), es necesario que los estudiantes aprendan a usar la tecnología para desempeñarse con éxito, insertándose rápidamente en el mercado laboral. Debemos trabajar como un ecosistema de innovación robusto para revertir nuestras brechas y carencias.
Si bien el retorno a la presencialidad hoy ocurre en la mayoría de las escuelas, es importante tener en cuenta que, según cifras de la Defensoría del Pueblo, durante el 2021 más de 80,000 estudiantes abandonaron las clases y, además, 144,000 estudiantes de colegios privados se trasladaron a colegios nacionales, por lo que es urgente contar con estrategias para garantizar sus reincorporaciones y atención al sistema educativo.
Los más de 10 millones de estudiantes de educación básica y superior se vieron afectados debido al encierro prolongado, la consecuente pérdida de lazos emocionales, la pérdida de seres queridos y una mayor exposición a la violencia en el hogar. Según el Minsa, el 70% de peruanos ha visto afectada su salud mental durante la pandemia. La educación presencial es clave, tanto en su función formativa, como en ser un espacio de socialización y desarrollo socioemocional. A su vez, es la institución donde muchos niños, niñas y jóvenes reciben asistencia sanitaria, alimentación y protección social.
¿Qué hemos aprendido en estos últimos años?
De acuerdo con el tamaño del Estado, el país debe dar una merecida priorización al sector. Es necesario destinar una inversión mayor, más eficiente y eficaz para paliar la crisis educativa, que se ha agravado a raíz de la pandemia.
La salud mental necesita ser atendida. Los docentes deben aprender técnicas para la escucha empática de estudiantes y familias, así como a identificar y derivar casos “en riesgo” que requieren atención especializada.
El crecimiento del país tiene que ser sostenido por la educación. No existe un país innovador sin una base educativa de calidad. Debemos asegurar una educación inclusiva, equitativa y de calidad. Es necesario el compromiso compartido en el que se cuente con la voluntad política y los recursos humanos y económicos.
Las lecciones aprendidas deben ser incorporadas en la visión de la educación que todos queremos. Solo así podremos revertir el daño que esta crisis ha agudizado sobre las nuevas generaciones y avanzar en la garantía del derecho fundamental a la educación, sin excepción.
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