La economía partida

Columna de Diego Macera, Gerente del IPE, publicada en El Comercio.
En las ciencias naturales –como la química o la física–, importa poco nuestra opinión o nuestras expectativas. En un experimento bien conducido, por ejemplo, no debe influir lo que el científico espera que suceda con determinada molécula cuando esta se somete a presión o a temperaturas extremas: el resultado debería ser siempre el mismo. Aún si todo el mundo esperase que la pequeña molécula reaccionara diferente, esta se mantendrá impasible en un comportamiento dictado por leyes naturales.
Pero la economía, como ciencia social, tiene un comportamiento dual. De un lado, y a diferencia de las ciencias naturales, las expectativas sobre lo que pasará influyen directamente en el resultado final. Uno de los ejemplos más claros se ve en el comportamiento de los precios. Si usted, estimado lector, piensa que la gasolina subirá de precio la próxima semana, entonces tratará de llenar el tanque de su vehículo hoy. Pero si no solo es usted, sino todos los conductores quienes anticipan el mismo incremento la semana siguiente, entonces la demanda por gasolina subirá hoy y el precio efectivamente se elevará –incluso con anticipación–. Ojo, es perfectamente posible que no haya habido motivo real que justifique la expectativa del incremento de precios de la siguiente semana –quizá, apenas un rumor viralizado de pasillos del Congreso–, pero bastó que la gente creyese que era cierto para transformarlo en realidad. De cierto modo, la economía –que, a fin de cuentas, no es otra cosa que el comportamiento y expectativas de la gente– crea su propia realidad.
En el actual contexto político, esta reflexión carga más peso. La mayor parte del incremento en el tipo de cambio de los últimos meses, por ejemplo, ha venido precisamente por la expectativa de la debilidad de la economía peruana y, por lo tanto, del sol. Lo mismo sucede en el campo de las inversiones. Cualquier empresario, grande o pequeño, arriesga su capital con la expectativa de obtener ganancias más adelante. Pero si el panorama, más bien, parece sombrío, con poca demanda a futuro, este preferirá –lógicamente– no perder plata y dejará de invertir. Si todos los empresarios hacen la misma evaluación, la inversión total efectivamente se secará en una profecía autocumplida.
Es por eso que los mensajes que se envían desde el Gobierno son muy importantes. Tienen el poder de crear un círculo virtuoso de más inversión, más empleo y mejores expectativas que redundan en aún mayor inversión. Pero también pueden ocasionar exactamente lo opuesto: un círculo vicioso de recesión, bajas expectativas y aún mayor caída. El Instituto Peruano de Economía (IPE) estima actualmente que la inversión privada sería 20% menor durante los siguientes trimestres comparada con el período prepandemia. Con ello, el crecimiento del PBI del 2022 sería de apenas poco más de 1%. Ignorar el componente de expectativas en la economía viene con un costo demasiado alto.
Pero decíamos líneas arriba que la economía es dual. No solo las expectativas marcan la cancha, sino que, como en el caso de la ciencias naturales, también hay ciertas leyes económicas que se cumplirán al margen del efecto esperado o de la voluntad del político de turno. Aquí es donde caen en error las propuestas que aparecen –a primera vista- bienintencionadas, pero que terminan generando precisamente el efecto opuesto al que buscaban.
En este lote, el control de precios es posiblemente el ejemplo más claro. Distorsionar el precio natural de un producto o servicio para forzar a que esté artificialmente más bajo no lo hace más asequible a la población; lo desaparece del mercado regular para volver a aparecer –de a pocos– en el mercado negro, a precios más altos que el original. En esta faceta, la economía –con la oferta y la demanda interactuando de forma impersonal y sin agenda política– funciona de una manera igual de implacable que las leyes físicas o químicas. No importan las expectativas del regulador o de los consumidores. La ley se cumplirá como siempre ha sucedido.
Si el país va a salir de los aprietos económicos en que se encuentra sumido, debe aprender a usar a su favor tanto la cara de expectativas –o emocional– de la economía, como su cara fría y absolutamente lógica. Lo peor que se puede hacer –y que, en ocasiones, parece el camino escogido por el Gobierno de turno– es ir en contra de la segunda faceta y, con ello, empujar la bola de la nieve de la primera.