La lógica de la inversión (y la inversión de la lógica)
19 de julio de 2015
Editorial
El Comercio
Creer que la inversión es un fin y no un medio es no comprender la lógica que preside ese acto y más bien invertirla.
Agobiado por lo magro del crecimiento económico registrado en el país en lo que va del año (2,14% hasta mayo), el presidente Humala emplazó esta semana al sector privado para que invierta. “Queremos que [las empresas] y el sector privado sientan que tienen que liderar la inversión”, dijo. Y añadió: “Que lo hagan ahora también”. Una evidente alusión a los malos tiempos que corren para esa actividad en el Perú.
En realidad, no es la primera vez que el mandatario ensaya un discurso de esa naturaleza. A principios de este mes, ya había declarado: “El liderazgo de la inversión no solamente se ve cuando el mundo está en un proceso de crecimiento de su economía; el liderazgo se ve en las buenas y en las malas”. Y en abril, apremió a los empresarios del país a ‘ponerse la camiseta’ y los criticó por la falta de ‘garra’.
En todas esas invocaciones, la idea implícita es que la inversión es una especie de deber para con la patria, un acto que los empresarios tendrían que cumplir aun cuando el ambiente económico no sea el más favorable y un empeño casi deportivo que se justificaría en sí mismo.
Semejante pretensión, sin embargo, es absurda. En un artículo titulado “La responsabilidad del empresario” y publicado la semana pasada en esta misma sección, nuestro colaborador Iván Alonso recordó la provocadora reflexión del premio Nobel de Economía norteamericano Milton Friedman en el sentido de que la ‘responsabilidad social’ de toda empresa es maximizar sus utilidades. Y añadió él mismo que, en una sociedad libre, nadie tiene la obligación de invertir. El empresario –escribió– debe invertir “en negocios que ofrezcan una expectativa razonable de recuperar y remunerar adecuadamente el capital invertido”.
Creer, pues, que la inversión es un fin y no un medio es no comprender la lógica que preside ese acto y –en lo que parece un juego de palabras– más bien invertirla. Y tal es el malentendido en el que daría la impresión de estar enredado el presidente Humala, y que explicaría, quizás, la cantidad de medidas desalentadoras de la inversión aprobadas durante este gobierno.
Nos referimos, por ejemplo, a la sobrerregulación en sectores como el agro, el ‘retail’ o las finanzas. O a la costosa ley de salud y seguridad en el trabajo y al incremento de la remuneración mínima vital, sobre la base de consideraciones esencialmente populistas.
En ese mismo sentido apunta también la reforma tributaria del 2012, que, en lugar de ampliar la base de aportantes, incrementó la presión tributaria sobre el sector formal y, en esa medida, su incertidumbre.
Las pocas iniciativas razonables para la promoción de la inversión planteadas en algún momento por el Ejecutivo, de otra parte, se han visto frustradas por el torpe manejo político. La ‘ley pulpín’, que habría permitido la flexibilización de nuestros elevados sobrecostos laborales y sin embargo murió en las calles y en el Congreso, es el caso paradigmático de lo que describimos, pero no el único. También la venta de activos de Sedapal se vio truncada por la falta de lo que se denominó “condiciones políticas adecuadas”.
A todo esto, además, hay que sumar el mensaje de inestabilidad y poco respeto por las reglas del juego constantemente transmitido por los conflictos sociales que la actual gestión no ha sabido enfrentar. Solo en el sector minero, según el Instituto Peruano de Economía, entre el 2011 y el 2014, se dejaron de percibir US$62,5 mil millones en inversiones, debido a proyectos detenidos por ese tipo de conflictos o por trabas burocráticas.
No es de extrañar, entonces, que el índice de confianza empresarial, preparado por Apoyo Consultoría, indique una tendencia decreciente desde el año 2012. Y eso es algo que no se revierte ciertamente retando a los inversionistas a mostrar bizarría y hacer con su dinero lo que el sentido común desaconseja.
A decir verdad, a quien le corresponde mostrar coraje, más bien, es al Ejecutivo. En concreto, al presidente, que al entrar a su último año de gobierno puede sentirse tentado de dejar todo como está, cuando en realidad existen todavía cosas por hacer (o, mejor aun, por deshacer). Líneas atrás hemos esbozado una apretada lista de ellas.
Para que eso ocurra, no obstante, primero hace falta que el mandatario interiorice la lógica de la inversión. Porque mientras no lo haga solo logrará, justificadamente, sembrar temor en quienes ya de por sí están asustados.
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