¿Por qué atienden tan mal nuestra salud?

Columna de Miguel Palomino, presidente del IPE, publicada en La República.
Esta columna se escribe para hablar sobre la salud “usual” de los peruanos, un problema que debe ser nuevamente el punto central de la discusión en la materia después de la pandemia. Lo que aquí voy a escribir no se refiere a la terrible crisis sanitaria, que fue para todos evidente durante la pandemia y que ya parece (esperemos) estar en su fase final.
La pregunta que busco resolver es por qué, si hoy la gran mayoría de la población se encuentra cubierta por un seguro de salud ofrecido por el Estado, parece más difícil atenderse adecuadamente. Si revisamos las cifras no habrá ningún misterio. Veamos.
La cantidad de personas con acceso a un seguro de salud ha aumentado muchísimo, lo cual en principio está muy bien. Así, entre los años 2013 y 2022, el número de personas aseguradas aumentó en 80%, principalmente debido al aumento de los asegurados al Seguro Integral de Salud (SIS). Sin embargo, lo que hay que ver es si los recursos para atender a los asegurados aumentaron en forma proporcional. El presupuesto del sector Salud –sin COVID– solo ha aumentado en 57% en términos reales en el mismo periodo. Es decir, ¡el presupuesto de Salud por persona asegurada es 12% menor de lo que fue en el 2013!
Se les dio a millones de personas la promesa de poder atender su salud sin darle al sector Salud los medios para hacerlo. Esta es la realidad a la que se enfrentan todos aquellos que creen que basta con declarar que un bien o servicio es un “derecho” para que todos tengan acceso a él. Los problemas de atención de salud tienen mucho en común con los de otros servicios que se prestan a la comunidad y por motivos semejantes.
En primer lugar, no existe la capacidad para ofrecer el servicio; faltan médicos y enfermeros, faltan establecimientos de salud de todo tipo, faltan camas, falta equipamiento adecuado, faltan medicinas, faltan, en general, los recursos necesarios para hacer de todo. Aquí vale la pena indicar que aun cuando la mitad de los establecimientos de salud son privados, el 90% de la demanda viene por el lado estatal. Es decir, el problema de salud es esencialmente un problema del sector público.
En segundo lugar, lo poco que se tiene se administra muy mal. En la pugna por los escasos recursos en el sector suele ganar no lo que sea más importante o prioritario sino lo que tiene más apoyo en el aparato público incluyendo, por supuesto, el efecto nefasto de la corrupción. Además, tiende a usarse mal lo que ya se tiene porque los incentivos de quienes controlan estos recursos tienen intereses que no están alineados con los de los usuarios.
En tercer lugar, no existe un mecanismo adecuado que financie el servicio, con un claro entendimiento del costo del servicio. La experiencia internacional ya ha demostrado que el método adecuado es un seguro (aunque los detalles están aún abiertos a discusión) que pague lo que realmente cuesta un servicio. En este campo sí se han dado muy importantes avances con el gobierno de Francisco Sagasti, que aprobó el largamente esperado Plan Esencial de Aseguramiento en Salud, pero faltan muchas medidas para que se pueda poner en práctica.
Finalmente, el sistema actual es como un monstruo sin cabeza que no tiene dirección. Falta simplificar el diseño del sistema de salud de manera que pueda ser guiado eficientemente.
El Perú es un país que se encuentra rezagado en lo que a salud se refiere. Bolivia, Brasil, Colombia, México y Chile cuentan con más médicos por habitante y gastan un mayor porcentaje de su producto en su sector Salud. Pero sin que se enfrenten los problemas arriba descritos, de poco servirá que se aumente el presupuesto de Salud (lo cual, indudablemente, hay que hacer) porque, como dijo alguien, será como echar más agua a un balde lleno de agujeros.
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