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Si el Perú despertase desnudo

29. 10. 2020

29 de octubre del 2020
El Comercio

Columna de Roberto Abusada, presidente del Instituto Peruano de Economía.

Los economistas nos hemos llenado la boca hablando de las fortalezas de la economía peruana, y en el proceso hemos convencido a la clase política de que el Perú es fuerte macroeconómicamente. En muchos casos esa clase política, que en su mayoría no sabe realmente lo que significa ser macroeconómicamente fuerte, ha creído que esta fortaleza es un don divino inmutable.

Algunos tienen una vaga idea respecto de la bondad de tener altas reservas internacionales, baja inflación, bajo riesgo país, un grado de inversión de los mejores entre los países emergentes, acceso casi ilimitado a nuevo endeudamiento para pagar las deudas que vencen, un tipo de cambio entre los más estables del mundo, un reducido nivel de dolarización alcanzado en los últimos años, bajo nivel de deuda pública, y un déficit fiscal hasta este año bajo control. Pero dicho todo esto, el comportamiento de la clase política ha dado muestras abundantes de que no solo no entienden lo que implican estas fortalezas sino que no comprenden lo que significa (o significaría) perderlas. Y parece importarles un pepino.

La crisis política, económica y sanitaria de este año debe hacernos a todos reflexionar sobre el grave peligro que está corriendo la fortaleza macroeconómica, y las implicancias en términos de miseria, sufrimiento popular y desesperanza de progreso que significaría perderla.

¿Es esta una admonición alarmista, o algo que realmente puede suceder con facilidad?

Veamos; el Perú hasta el año pasado mantuvo un nivel de deuda pública equivalente al 26,5% del PBI. Este año es probable que termine aumentando ese nivel al 35%. Esto se debe a que los ingresos por impuestos se han desplomado, y a que los gastos que ha demandado hacer frente a la crisis sanitaria y económica dispararán el déficit de este año a cerca del 10% del PBI, desde el 2% o 3% que esperábamos en enero. Esto pondrá nerviosas a las agencias calificadoras de riesgo y nuestra perspectiva de riesgo país puede tornarse negativa. Más aún, existe el peligro de que la trayectoria de la deuda no se estabilice alrededor del 35%, sino que podría dirigirse hacia un 50%. En tal caso, las agencias rebajarán sin duda la calificación crediticia del Perú, y tomar nueva deuda será mucho más difícil y costoso, quitando recursos públicos para gastos sociales. Las empresas privadas sentirán también el golpe inmediatamente.

El Perú es uno de los pocos países emergentes que ha podido endeudarse en su propia moneda a periodos de entre 15 y 30 años, y esos bonos peruanos en soles han sido comprados con entusiasmo por inversionistas extranjeros porque tienen confianza en que el Perú tiene baja deuda y que además no perderán valor porque el Banco Central ha demostrado al mundo que tiene las herramientas para que la moneda nacional no se devalúe abruptamente. Hoy, aproximadamente la mitad de estos bonos en soles son mantenidos por extranjeros. No es difícil entender que una pérdida de confianza en el sol o una tendencia exagerada en el aumento de la deuda pública los empujaría a deshacerse de esos bonos y comprar dólares con el producto de su venta, empujando el tipo de cambio al alza.

La fortaleza que significa para el Perú la entrada de capitales de largo plazo para financiar la diferencia entre los gastos y los ingresos corrientes con el exterior ha venido siendo muy favorable a nuestra economía. Estos capitales de largo plazo han venido para invertir en el país por la estabilidad de sus políticas económicas en los últimos 25 años, y así nunca en el pasado reciente hemos enfrentado dificultad alguna para financiar saludablemente ese déficit. El hecho de que gran parte de las utilidades de empresas extranjeras se reinvierten en el país ha sustentado esta fortaleza.

Las altas reservas internacionales del Perú han dado el confort de poder asegurar que el país no tendrá dificultades en comprar los dólares necesarios para cubrir todas las deudas de corto plazo y las amortizaciones de los años siguientes.

Podríamos seguir desmenuzando las ventajas de las que goza el Perú gracias a su fortaleza macroeconómica, pero basta lo mencionado para alertar de la catástrofe que significaría la erosión de esa base, sin la cual ninguna nación puede progresar. Miremos sino la angustia ciudadana en países como Ecuador o, peor aún, Argentina, para imaginar lo que significaría perder todo lo bueno que emana de nuestra hasta ahora sólida economía. Basta con recordar al Perú en la década de los ochenta como el más claro ejemplo de lo que estamos arriesgando. Nuestra clase política, Ejecutivo y Parlamento, están jugando con fuego sin entender las consecuencias de un incendio nacional. Es momento de que cada una de las aberraciones económicas que emanan de los poderes del Estado sea vista en un claro espejo de consecuencias. La experiencia internacional y nuestro propio pasado pueden servir de espejo para ponerlo frente a las narices de la clase política y que estén advertidos de los resultados de sus actos. Así sabremos identificar personalmente a cada culpable de la miseria que ocasionan cada uno de sus raptos populistas.

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