
La agenda maximalista inicial de Perú Libre, plagada de controles de precios, nacionalizaciones, sustituciones de importaciones y demás necedades, habría cedido al peso de la realidad y del control político para apocarse en pedidos de facultades legislativas descaminados, nombramientos que discurren entre lo intrascendente y lo pésimo, y guiños populistas al por mayor. La tragedia boliviariana, por ahora, no es un escenario realista de corto plazo.

Tenemos 21 acuerdos comerciales preferentes y vinculantes con 54 países de hasta cuatro continentes y 55% de la exportación nacional dependen de éstos.

El Perú no parece estar preparado para mitigar ni aprovechar los efectos de este profundo cambio en el escenario internacional.

Las peligrosas consecuencias de la guerra comercial desatada por EE.UU. se materializarán más temprano que tarde.

Nos toca presenciar si China y EE.UU. están a la altura de lograr acuerdos que no sepulten el desarrollo tecnológico y el progreso global en el camino.

El Perú es un país macroeconómicamente sólido.

Esta suerte de guerra comercial estalló en el 2018.

El Perú debe prepararse para un escenario de prolongado conflicto comercial.

“Trump ve el déficit comercial con China como un robo que hay que detener, sin entender que ese déficit se origina en la falta de ahorro de los norteamericanos y sus persistentes déficits fiscales”.