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Organizarse contra el crimen organizado

19. 10. 2023

Columna de Miguel Palomino, presidente del IPE, publicada en La República.

Para entender cuánta importancia tienen la delincuencia y la violencia hoy en día en el Perú, basta con saber que se han vuelto la principal preocupación de la ciudadanía, por sobre otras como el desempleo o la corrupción. Esto en un contexto en que la economía volvió a contraerse en el mes de agosto, con todo lo que eso implica sobre el empleo, y que esta semana se dio inicio al juicio por corrupción a Alejandro Toledo.

Resulta chocante que, en una reciente encuesta internacional de IPSOS, Perú haya resultado ser el país más preocupado por la delincuencia de los 29 países encuestados en el mundo. El número de peruanos preocupados (63%) es el doble que el promedio de los demás países. Perú recién ha logrado el primer lugar en preocupación por la delincuencia luego de ir escalando puestos rápidamente. La corrupción y el desempleo son la segunda y tercera preocupación de los peruanos, pero están muy por detrás de la delincuencia, con 51% y 33%, respectivamente.

¿Pero cuán preocupante es realmente la delincuencia en el Perú? ¿No será solo una cuestión de percepción? Las respuestas a estas preguntas son las siguientes: bastante y no. Veamos.

Una forma de medir cuánto daño le hace a un país la delincuencia es calcular cuánto nos cuesta lidiar con ella. Según la Encuesta Económica del 2019 del INEI, las empresas medianas y grandes destinaron el 5,6% de sus ingresos en medidas de seguridad. Este es un porcentaje muy alto para algo que es un costo evitable. Además, este costo no mide la menor productividad por la delincuencia (por ejemplo, invertir en un sistema de cámaras de vigilancia en lugar de ampliar el local de un restaurante) y que pueden llegar a ser más altos que los costos medibles.

Usando datos del 2014, el Banco Interamericano de Desarrollo estimó que el costo anual del crimen en el Perú era de 2,7% del PBI. Indudablemente, las cosas han empeorado de forma significativa desde entonces. Podemos hacernos una idea de cuánto han empeorado considerando la suma de cinco medidas que las comunidades organizadas de Lima tomaban en el 2014 para enfrentar la delincuencia y compararlas con las del 2022. Las cifras del 2022 son 83% más elevadas que lo que eran en el 2014.

Por su naturaleza, la delincuencia no es fácil de medir, pero claramente ha empeorado en los últimos años. Lo que debemos entender es que la delincuencia tiene mucho espacio para seguir empeorando y convertirse en “normal”. La indignación que hoy nos produce la delincuencia se puede ir volviendo “costumbre” si no hacemos algo rápidamente.

Las mediciones tradicionalmente nos daban un lugar cerca del medio de América Latina en cuanto al costo de la delincuencia. Típicamente, lugares con mucho mayor costo solían ser Centroamérica, Colombia, Venezuela y Brasil. Pero la velocidad a la que se ha deteriorado la delincuencia en el Perú hace claro que el problema relativo ha empeorado, aun cuando no tenemos un estudio comparativo reciente que lo confirme.

La lucha de poderes dentro del Estado tiene mucho que ver con la limitada capacidad de respuesta ante la delincuencia que venimos observando. Esto se debe a que, a diferencia de otros problemas sociales, la lucha contra la delincuencia exige un elevado grado de coordinación entre la Policía, los municipios, la Fiscalía y el Poder Judicial, para nombrar solo a algunos.

Si no se avanza en este tema, eventualmente tendremos un crimen organizado, que para ser enfrentado exigirá medidas muy duras como las que se tomaron contra la mafia en Italia o contra el terrorismo en el pasado en el Perú.

El problema no requiere de una estrategia a la Bukele para enfrentarlo, nada más errado. En lugar de machetazos, la intervención del Estado debe tener la precisión de un cirujano para evitar dañar innecesariamente a la comunidad. Ya hemos enfrentado peores problemas que la delincuencia y esta vez también podremos vencerlos.

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